Seguro que no digo nada nuevo si expreso mi estupor al contemplar las terribles imágenes que se nos muestran estos días sobre la desgracia en Japón. Una destrucción de esas dimensiones me encoje el alma cada vez que las veo.
Sin embargo, a pesar de la magnitud de esta desgracia, estoy convencido que Japón sabrá sobreponerse a este desastre. Hay “pequeños” detalles que me hacen concebir esta esperanza. Por ejemplo, los 50 héroes anónimos que luchan en la central de Fukushima para evitar un desastre nuclear. En La Vanguardia los llaman los Fukushima 50 .
No deja de sorprenderme observar esas ordenadas y pacientes colas frente a los supermercados para conseguir algo entre los escasos suministros de primera necesidad que quedan en algunas de las zonas más castigadas. La resignación con la que unos y otros buscan a sus familiares desaparecidos. El dolor contenido.
Entre todas estas imágenes, una llamó poderosamente mi atención. El corazón me dio un vuelvo al ver en las noticias de anteanoche uno de esos supervivientes que, según el locutor, iba buscando a su mujer, desaparecida durante la hecatombe del tsunami. Deambulaba por los pasillos de la escuela, el único edificio que había quedado en pié, preguntando a unos y a otros si la habían visto. Las constantes negativas ni le desanimaban ni estallaba en llanto ni se dejaba llevar por la desesperación. Con cada respuesta él se retiraba y, con una ligera inclinación de agradecimiento por la información, seguía su camino buscándola.
El Emperador japonés Akihito, que en sus 22 años de reinado no se había dirigido nunca a su pueblo, ha pedido hoy al pueblo japonés que no se rinda.
Desde este blog, queremos sumarnos a esa petición: No te rindas Japón あきらめていない日本
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